18 abril 2005

Retazos de domingo

Pronto hará un año que visitamos Jesus 18 por primera vez, así que iros preparando para la encuesta que organizaremos para celebrarlo. Pronto os la mandaré. Han pasado muchos días desde que escribí por última vez, muchas cosas especiales lanzadas en la esquina (cuántos medicamentos habrá guardado ese armario de baño, cuántas posaderas habrá aguantado aquel taburete de bar roto) y demasiado tiempo sin una entrada. Aquí va esta, pues. Son algunas de las vivencias recientes en Jesus 18, pequeñas diapos de los domingos que pasamos en casa y que espero que os den una idea de lo especial que es vivit aquí.

I

Hoy me he despertado con un sueño extraño retumbando en mi cabeza. Rosa llamaba a alguien por teléfono y discutía mucho con el del otro lado. Le chillaba, le gritaba. Justo en el momento en que en mi sueño Rosa colgaba, ella me llamaba muy alto: "Arnau!". Sólo que no era en el sueño: era en la realidad. Como se hacía tarde, Rosa me despertaba para decirme que me había traído los croissants de la Colmena y el periódico... Qué más se puede pedir?

II

Luego hemos ido a la playa. Era un día excelente: el sol brillaba como en verano, la gente paseaba por la playa y el azul del mar estaba manchado de velas blancas. La tranquilidad y la calma del ambiente, todo muy placentero. El viento soplaba algo fuerte y el mar, enfadado pero no enfurecido, se las emprendía contra las rocas del espolón. A lo lejos, las voces de los niños que volaban sus cometas. Todo era perfectamente blanquecino, claro, silencioso pero también tenía algo de voraz. Como en un sueño...

III

La siesta ha sido también graciosa. Al echarme en cama, la señora Carme ha puesto la tele bastante alta. Me he dormido con los chillidos, las explosiones y los chirridos de una película de guerra. No recuerdo qué he soñado, pero tengo claro qué me ha despertado: Torero. El loro de la vecina es normalmente muy pacífico y sin embargo algo en esta tarde de domingo, con su cadencioso silencio de festivo, lo ha enfurecido. Chillaba sin parar, como poseído. Hubiese dado lo que fuera por saber por qué.

IV

En los atardeceres de domingo todo es más manso. Los ruidos mueren antes de llegar al oído, el aire está hinchado de calma. Los perros no ladran, las motos no aceleran, los niños descansan y, como los mayores, esperan la llegada del lunes con resignación. A esa hora siempre pongo algo de música. Suenan entonces las canciones (que yo llamo) de "domingo por la tarde". Canciones que no rompen el silencio imperante, más bien lo acompañan, lo acarician y lo mecen en la oscuridad que empieza a caer. Guitarras suaves y mortecinas, voces sedosas y desalmadas que, más que cantar canciones, las susurran al aire.

Y sin embargo esta tarde es especial porque, entre canción y canción, cuando todo es silencio, oigo el latir de mi corazón y, más adentro incluso, esas voces. Me preguntan continua y suavemente, como entonando una canción de cuna, si realmente estoy despierto. Y mi respuesta sólo es esta escritura.

01 abril 2005

Empieza la aventura

Ya no hay marcha atrás.

Cerca del centro, pero lejos de todo. Entre el cielo y el infierno. Entre la lucidez y la locura. Parada en el tiempo, siempre mirando al futuro y recreando la estela del pasado. A su ritmo, con su propio compás. En otro espacio, paralelo al nuestro: allí vive nuestra esquina. En un mundo que, por lo absurdo, no puede ser el nuestro y, por lo real, parece serlo. Algunos llegamos a ella en una cápsula, otros llegan en bici o simplemente despistados. Pero siempre hay algo especial, algo intangible, intranquilo y encantador, que yace, a la espera, entre Jesús y Mozart.

Este será el relato de lo que os espera si algún día nos visitais, lo que encontraréis y lo que quizás ya no esté. Es, en cierto modo, el paisaje visto des de un tren. Al ver algo, al mirarlo, te das cuenta de que ya ha quedado atrás. Lo efímero, la memoria lo convierte en sustancial.

Viajad con nosotros, os encantará. El tren sale ahora y no sabemos donde irá.